
Nace Darwin el 12 de febrero de 1809
Charles Robert Darwin, hijo de Robert y Susannah Darwin, nació el 12 de febrero de 1809 en el seno de una familia pudiente, con todo lo que ello significa en cuanto a comodidades y privilegios; y esa riqueza, que él incrementaría considerablemente gracias a una vida de frugalidad, le permitiría convertirse en uno de los pensadores más influyentes de la historia: el hombre que formuló la teoría de la evolución.
Robert Darwin, su padre, era un librepensador, hijo del renombrado poeta, doctor, librepensador, disidente y libertino Erasmus Darwin. Su madre, Susannah, era la hija del famoso y próspero Josiah Wedgwood, fabricante de porcelana fina y miembro de la Iglesia unitaria. Cerniéndose sobre Inglaterra la sombra de la Revolución francesa, que había comenzado exactamente dos décadas antes, los librepensadores unitarios – disidentes de la Iglesia Anglicana – y todos los que tenían tendencias más democráticas se habían convertido en objeto de sospecha, de modo que Robert y Susannah consideraron que lo mejor era bautizar a Charles en la Iglesia anglicana de Saint Chad, el 17 de noviembre. Sin embargo, aún así Susannah permaneció fiel al unitarianismo de su familia paterna, y los domingos llevaba a Charles a iglesias unitarias. Murió cuando su hijo tenía sólo ocho años. Las hermanas de Charles ocuparon el lugar de su madre.
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Desde muy pronto, el joven Charles fue un ávido coleccionista de todo tipo de especimenes, y prefería pasar las horas en el laboratorio de química que había improvisado en los establos antes que estudiar los clásicos griegos y latinos que estaban prescritos para la educación de los niños de su clase social. También le encantaba cazar. No puede sorprender, por tanto, que sus logros en el colegio no fuesen precisamente estelares. “¡No te importa nada más que cazar, los perros y coger ratas!”, bramaba con ira su padre. “¡Serás una deshonra para ti mismo y para toda tu familia!”. El remedio que su padre médico le recetó fue convertirlo en médico, hijo y nieto de médicos, de modo que a los dieciséis años Charles se encontró visitando pacientes junto con su progenitor.
Para los estudios universitarios, Robert Darwin decidió enviar a Charles a Edimburgo, donde se uniría a él su hermano mayor, Erasmus. Edimburgo era el lugar donde los disidentes con recursos, que no eran admitidos en Oxford o Cambridge porque no suscribían los treinta y nueve artículos de la Iglesia de Inglaterra, podían cursasr los estudios de medicina. Charles y Erasmus llegaron a Edimburgo en octubre de 1825. Allí Charles se comprometió en mayor medida con las causas políticas más queridas del partido whig, incluyendo la libertad religiosa (frente a la Iglesia de Estado), la extensión del derecho de voto, la competencia abierta entre todos, de modo que prevalezcan los mejores (en lugar de posibilitar el acceso a los privilegios sociales sólo a los aristócratas), y la abolición de la esclavitud.
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Pero Charles no estaba hecho para los estudios de Medicina. Lo que no le aburría, simplemente le horrorizaba. Las disecciones le resultaban desagradables, pero lo que verdaderamente le llenaba de terror eran las salas de operaciones, sucias y sin anestesia; tras presenciar una chapucera operación practicada a un niño, Charles no volvería a entrar nunca más en un quirófano. Consiguió superar mal que bien el primer curso, animado únicamente por la clase de Química y por el aprendizaje de la taxidermia, que realizó codo con codo con un esclavo liberto.
Al llegar su segundo año en la Facultad de Medicina Darwin ya se había desentendido casi completamente de la formación que debía recibir. En lugar de apuntarse a los cursos obligatorios siguió sus intereses personales, y muy pronto se encontró bajo la tutela de Robert Grant, un brillante iconoclasta, experto en esponjas y firme defensor de la evolución (o la transmutación, como en aquel momento se decía). Grant, que era francófilo, s ehabía empapado de la teoría de la transmutación de Jean-Baptiste Lamarck y Etienne Geoffrey Saint Hilaire, de modo que enseguida Darwin se encontró leyendo a Lamarck (aunque su francés era bastante pobre), estudiando todo tipo de pájaro, animal o criatura marina sobre la que pudiese poner las manos y estudiando también Geología.
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En ese año académico le propusieron formar parte de la Sociedad Pliniana, que se reunía regularmente para discutir todo tipo de cuestiones. El hombre que propuso a Darwin, William Browne, era un materialista radical, y la misma noche de la presentación de Darwin ante la Sociedad, después de que éste pronunciase una charla sobre los invertebrados marinos, tomó la palabra para argumentar que la mente, más que una faceta del alma inmortal, no era sino la actividad del cerebro. El alma, por supuesto, no existía. No es necesario decir que la charla de Browne fue públicamente censurada, pero sin duda causó una honda impresión en Charles, porque casi medio siglo después éste argumentaría cosas muy parecidas en El origen de l hombre.
Darwin no llegaría a acabar los estudios de Medicina, pues abandonó definitivamente la facultad en la primavera de 1827. Pero durante su corta estancia en ella se había sumergido en todos los aspectos fundamentales de la teoría de la evolución y de la visión materialista de la naturaleza que subyace a ésta.
Como cabía esperar, esto no agradó a Robert Darwin, que decidió que si su hijo se iba a dedicar a jugar al naturalista aficionado, no estaba capacitado más que para la vida del pastor rural, una posición de privilegio en la Iglesia de Inglaterra para hijos de familias pudientes sin aptitudes para ganarse la vida de otra manera. A Darwin no le desagradaba la idea de regentar una parroquia rural, un cargo que exigía un mínimo de rigor doctrinal pero que le proporcionaría el máximo de tiempo y oportunidades para desarrollarse como naturalista. Así, a principios de 1828 llegó a Cambridge para incorporarse como estudiante al Christ´s Collage: el hijo del librepensador se había reconciliado con la necesidad de jugar conforme a las reglas vigentes en una sociedad dominada por el anglicanismo.
En Cambridge, si bien surgió en él una cierta pasión por la teología, se manifestó con toda su fuerza su pasión latente por el coleccionismo de escarabajos, que le hizo sumergirse en la impresionante variedad de especies de ese género. También estudió las Evidences of Christianity (Pruebas del cristianismo), de William Paley, quedando muy impresionado por el famoso argumento de Paley según el intrincado orden de la naturaleza necesariamente exige un Diseñador. Sin embargo, en poco más de una década el asombroso número de variedades de las diversas especies, incluyendo el escarabajo, llevarían a Darwin a rechazar los argumentos de Paley porque – así acabaría razonando – ciertamente Dios, no había creado todas y cada una de las mínimas gradaciones de variedades de escarabajo.
A pesar de que Darwin no consiguió apasionarse especialmente por la teología, fue capaz de conseguir la licenciatura de Filosofía y Letras en 1831. Para entonces, su pasión por la ciencia no tenía prácticamente límites, de modo que se volcó en el estudio de la Botánica, especialmente la Geología. Este celo haría que rápidamente le ofreciesen un puesto como naturalista en el buque Beagle, acompañando al capitán Robert FitzRoy en una exploración de la costa sudamericana. Después de mucho retraso, el Beagle zarpó el 27 de diciembre de 1831.
En su viaje, Darwin encontró fósiles gigantes de animales extinguidos; se encontró con pueblos salvajes que, a su juicio, apenas podían distinguirse de las bestias; leyó e hizo suyas las argumentaciones geológicas de Charles Lyell, según las cuales, y a diferencia de lo que afirmaba entonces el pensamiento cristiano, el mundo no tenía simplemente seis mil años, sino millones; y había aceptado en buena parte la explicación evolutiva de su antiguo profesor Robert Grant sobre la aparición de nuevas especies, incluida la humana. En octubre de 1836, casi cinco años después de su partida, Darwin volvió a casa transformado en un hombre nuevo.
Fue recibido como un joven héroe de la ciencia. Había enviado cajas y cajas de especimenes a Inglaterra, incluyendo una maravillosa colección de enormes fósiles, y fue casi inmediatamente elevado a los aristocráticos dominios de los naturalistas de prestigio. La única dificultad estaba en que los naturalistas de prestigio, en aquel tiempo, no propugnaban la evolución (ni las causas políticas whig). La evolución era la teoría que defendían los ateos, los demócratas y los más radicales disidentes de la ortodoxia anglicana. Así, Darwin se encontró atrapado en una curiosa situación: sus verdaderas ideas eran radicales, pero su pretigio dependía del rechazo de ese radicalismo.
Ante ese dilema, comenzó a vivir una doble vida intelectual: se movía en círculos aristocráticos y contrarios a la evolución a la vez que, privadamente, trabajaba de forma febril en los detalles de su explicación de la evolución. Estaba convencido de que la mente humana era completamente material, de que los seres humanos habían evolucionado a partir de algún tipo de antepasado similar al mono y de que la moralidad misma no era más que un producto de la evolución. Muy pronto, la ansiedad derivada de esta doble vida comenzó a cebarse sobre su salud, de modo que con frecuencia se veía incapaz de trabajar y obligado a permanecer en cama como un inválido.
Y todo esto, antes de haber cumplido los treinta años; veinte años antes de la publicación, en 1859, de su obra El origen de las especies, donde por primera vez hizo públicas sus teorías sobre la evolución, y más de treinta años antes de desarrollar, a la vista de todos, las ramificaciones de la evolución de los seres humanos en El origen del hombre, publicado en 1871.
En noviembre de 1838 propuso matrimonio a su prima Emma Wedgwood. Ella aceptó, y se casaron en enero del año siguiente. Desde el primer momento, Darwin confesó a Emma su materialismo, su creencia en la transmutación y sus dudas con respecto al cristianismo (incluso en sus formas más debilitadas, como el unitarismo de Emmma). Todo eso causó gran preocupación a su esposa. Pero Emma no era radical, por lo que no temía que las opiniones de su esposo le apartasen de la sociedad científica respetable, sino que le llevasen a privarle de pasar la eternidad con ella. Aun así, y a pesar de esta profunda discrepancia y de las continuas enfermedades de Darwin, su matrimonio fue feliz y fructífero. Tuvieron diez hijos, de los cuales sobrevivieron siete.
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Biografía de Benjamin D Wiked.